Como Smila, miro el “misterio en la nieve”.
Otra vez todo modificado, todo sepultado. Los invernaderos desechos, las tuberías reventadas.
Me sereno y pienso. No siento rabia, no siento pena. Es lo que hay. Como me dicen a menudo “es tu elección”, solo queda pencar con ella.
En mis años de trabajo en publicidad, en el mundo de la comunicación, la mejor masterclass me la dio un vendedor de coches. Después de años de universidad, de formaciones de todo tipo, como pasa casi siempre en la vida, las mejores enseñanzas aparecen cuando menos se las espera. Por eso conviene estar atento a la vida cotidiana.
En un momento de locura, por suerte transitoria, después de visitar varios concesionarios de coches de alta gama con mi gran amigo Emilio, acabamos entrando en un concesionario de Mercedes Benz. Veníamos de ver coches similares de otras marcas no menos importantes. Dejamos que el vendedor nos engatusara con las prestaciones del coche en cuestión. Cuando llegó la hora de la verdad, es decir, la del precio del vehículo, resultó que era un diez por ciento superior al del resto de coches que habíamos visto antes.
Como era una época en la que estábamos muy sueltecitos con la vida en general, le pregunté porqué a igualdad de características, el Mercedes era un diez por ciento superior en precio al resto de la competencia de la misma gama.
El vendedor, que debería tener una plaza de catedrático en cualquiera de las escuelas de negocio que tan de moda están ahora (igual la consiguió con el tiempo), me respondió: “si usted no entiende donde está la diferencia, quizás no necesite un Mercedes”.
Ni una sola palabra sobre dinero. Ni por supuesto de la impresión que debimos causarle dos tipejos como nosotros preguntando por un coche así.
De entre las mil respuestas que podría haber utilizado dijo, “no necesite…”. Acojonante.
Como me pasa casi siempre, y como me decía mi Madre: «hijo, tonto no eres, quizás un poco lento», tardé algún tiempo en comprender en toda su hondura la lección magistral del anónimo vendedor.
La diferencia, casi siempre, es una cuestión de apreciación.
Y conviene tener más o menos ajustada la apreciación a lo que somos capaces de pagar por ella.
Y no me refiero solo al dinero. Me refiero, sobre todo, a cómo nos enfrentamos con la vida, a cómo soportamos la adversidad.
Me debo estar haciendo viejo (más viejo, me refiero) por recordar todas estas cosas que inundan mi pasado mientras inspecciono los destrozos del temporal. Un año más, tendremos que volver a comenzar de nuevo.
Dice Paloma que alguien escribió “la perseverancia es el trabajo duro que haces después de cansarte del trabajo duro que ya hiciste».
Este es el diez por ciento de valor añadido por estar en un sitio como este, de un proyecto como el nuestro. Si no somos capaces de apreciar la diferencia de vivir de una manera diferente, de luchar por lo anormal, quizás no nos merezcamos la satisfacción de estar en un sitio como este.Pero aquí estamos y vamos a perseverar, por algo será. Porque nosotros si necesitamos esa diferencia.
Y como siempre, contamos con vosotros para continuar un año más.