¿Para qué sirven las fiestas?

¿Para qué sirven las fiestas?

Siempre que tengo ocasión cuento el consejo que nos dio mi profesor de matemáticas de COU, ante el estrés de los exámenes de selectividad, en un momento de lucidez (o morro, que los profesores de esa época le echaban mucho  mucho morro, tanto o más que los de ahora).

Contaba, con toda la naturalidad del mundo y ante las caras nerviosas y congestionadas de toda una clase que pensaba que toda su vida se decidiría en los famosos exámenes de selectividad (qué ingenuidad), que él en más de una ocasión que llegaba borracho a su colegio mayor (sin duda era de familia bien) y ante la inminencia de un examen decisivo, preguntaba a su cuerpo: “cuerpo mío, cuerpo mío, ¿qué me pides?”. Él, mirándonos fijamente, nos contaba que su cuerpo siempre le respondía: “estudiar”.

Y ante el asombro de todos nosotros contestaba de manera jocosa y grandilocuente: “anda, no te lo crees ni tú”. Después pasaba a una disertación filosófica sobre  «de lo conveniente que es siempre hacer lo contrario de lo que pide el cuerpo”.

Teniendo en cuenta lo difícil que hemos tenido la educación los de mi generación, considerando estos mimbres, creo que por necesidad tengo que ver las cosas al contrario de lo que son.

Uno organiza una fiesta para promocionar los productos de la tierra, para hacer esta cosa tan moderna y tan cursi de los maridajes (qué vino si no es el rosado del Somontano puede tomarse con un tomate como el nuestro, también rosa). Para dar a conocer a los autores y sus productos que forman parte de nuestra filosofía, para ponernos cara…

Y…, cuerpo mío, cuerpo mío, ¿qué me pides?: multitud de personas riendo, comiendo, bebiendo y compartiendo el mismo espíritu.

Y al final, la locura. Sobre la marcha, improvisado. Va por la ONG de nuestro amigo Luis Soriano y Carlos Soria (ayuda directa Himalaya).

Nuestros tomates, nuestros mejores tomates se subastan para Nepal. Y mi gente no puede fallar, en cosas así nunca fallan.

La caja de tomate Rosa de la Montaña de Fantova mejor pagada, 300 euros para Nepal, mientras nosotros nos dejamos llevar dulcemente por el rosado Alquézar de la Bodega Pirineos…

Ya lo decía mi profesor de matemáticas: “siempre hay que hacer lo contrario de lo que pide el cuerpo”.

Y yo añado: “siempre que se pueda”.

Y si, aún tenemos tomate. Son como las personas, mientras no llegue el frío seguirán dándonos alegrías.

 

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