La alegría de vivir, la alegría de estar vivo

La alegría de vivir, la alegría de estar vivo

Hay una íntima sensación, profunda y serena, que te llena de alegría. Creo que tiene que ver con el convencimiento de que la vida, aun con todo, es hermosa.

Miro mi pantalla de ordenador inundada de imágenes de uno de los lugares más explosivos de la tierra. Mientras, suena de una forma atronadora el ritmo de un dueto entre Dolly Parton y Kenny Rogers.
Algún día tendré que preguntarle a mi psicoanalista (si lo tuviera) de donde me viene este ramalazo hortera que, incluso a mí, me avergüenza ante los biempensantes. Pero qué felicidad, y qué locura, ver en mis dos pantallas de ordenador la figura de avispa de Dolly y los paisajes de La Tierra de Fuego y la Antártida.

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Ayer las tierras pirenaicas me recibieron con el color de esta primavera adelantada que todo lo llena de verde, de agua, de ganas de vivir. Estoy sentado frente a la cascada rebosante del molino Centenera que espera ya las primeras plantas de tomate que en breve plantaremos.

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Cierro los ojos. Veo hielo, veo iceberg, veo historias de naufragios, veo exploradores recorriendo regiones remotas. Tengo que abrir los ojos rápidamente. Desde que volví del Gran Sur, después de más de dos meses en el pequeño barco de Vicente no consigo estar mucho tiempo con los ojos cerrados sin que se me mueva todo alrededor. Se llama mareo de tierra. Solo esto me faltaba para completar la sensación de no saber muy bien donde estoy. Pero me encanta. Me encanta la impresión de intensidad, de profundidad.

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Esa sensación un poco gelatinosa, como de plastilina, que hace líquida tu vida, donde solo existe la seguridad de que todo está en continuo movimiento.

Y ahora, con más de diez mil imágenes del viaje y muchas horas de video de las que saldrá una película, miro de soslayo a Kenny y Dolly en la otra pantalla, con un poco de rubor, la verdad, mientras una sonrisa me llena la boca y una profunda sensación de felicidad me inunda.

Y pienso que no es mala forma de envejecer sentarse frente a una cascada, mientras, con los ojos cerrados, tu cabeza se llena de historias de hielos y paisajes de leyenda, y tu cuerpo se balancea ligeramente mareado, esperando a que en la tierra que te rodea vuelva a ocurrir “el milagro de la primavera” y todo se llene de tomates y plenitud. Sintiendo el amor de tu gente. De verdad, no es mala forma de envejecer.

Y que nos siente tan bien como a Dolly y a Kenny.

 

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