Hay que vivirlo
Tampoco todos los días se ve uno siendo protagonista de acontecimientos históricos. Protagonista, lo que se dice protagonista, tampoco.
A estas alturas ya sabemos, la mayoría, que lo que nos toca es formar parte de esa masa anónima a la que Unamuno llamó la “intrahistoria”. Es decir, la tropa de a pie.
Hace unos años pasamos casi cuarenta días cuatro personas metidos en una tienda de campaña de dos por dos metros camino del Polo Sur. Nuestra vida consistía en dirigir una cometa, que era el medio de propulsión del trineo, comer (poco) y dormir (más).
Casi sin comunicación con el exterior y rodeados de un blanco eterno, mil veces fantaseamos con imaginarnos solos y únicos en la tierra. Tan distante y diferente era nuestro mundo aislado por el hielo que perfectamente podría desaparecer ese otro del que procedíamos sin ni siquiera enterarnos.
Fue el primer vehículo cero emisiones en llegar al Polo Sur, y de alguna manera, nosotros pasamos a la historia. Cuando llegamos a la base americana Glaciar Union y salimos de nuestro aislamiento ya éramos historia.
Y pensé en la mariposa. Pensé que algo parecido debía sentir la mariposa cuando sale de su capullo.
¿Cómo se puede soportar el encierro de un capullo si no fuera porque después se puede volar?
Ahora que lo veo en la distancia creo que el confinamiento tan prolongado en el trineo polar debió de afectarme a las neuronas. Y ya quedé vacunado.
Después vinieron los interminables días de navegación Ártica y Antártida en el velero Iorana, en su pequeño espacio común de apenas cinco metros cuadrados con amigos que jamás imaginaron la transformación que sufrirían después de esa experiencia de aislamiento, introspección y quietud obligada.
Y siempre que hablo con ellos y ellas me dicen lo mismo: hay que vivirlo.
Y todos, sin excepción, salieron más mariposas de ese capullo.
Siempre pienso lo mismo, cuánto darían los grandes científicos y naturalistas que imaginaron como fue el proceso de la naturaleza que nos llevó a lo que somos. Darwin, Humboldt, Malaspina. Cuánto hubieran dado por poder ver como las especies, las montañas, las razas se conformaban ante ellos en tiempo real, frente a sus ojos.
¿No hubieran dado muchos días de aislamiento y sufrimientos para ver si eran ciertas sus teoría por ver cambiar el mundo ante ellos?
Pues eso es lo que nos está pasando. Y por eso, si no morimos en el empeño, seremos afortunados. Seremos testigos de un mundo nuevo, o por lo menos diferente, que surgirá de todo esto. Y no necesariamente mejor. De nosotros dependerá.
Y todas estas cosas, y algunas más inconfesables, me pasan por la cabeza mientras, otro año más, los ciclos de la tierra se van completando. Y yo, motocultor incluido, soy testigo de ellos.
Y por eso hay que estar ahí, para vivirlo.
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