estas manos que aún acarician pieles de terciopelo

estas manos que aún acarician pieles de terciopelo

Estas manos, que aún acarician pieles de terciopelo, son las mías después de salir de la ducha al final de un día cualquiera de trabajo en nuestro huerto. Las froto sin parar con cepillo, con jabón, con estropajo, pero no hay manera de que parezcan las manos de un fotógrafo de publicidad.

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Las miro a escondidas en las comidas, en las reuniones… es difícil que alguien de los otros mundos urbanos en los que me muevo entienda que aún se trabaja con las manos hasta este extremo. Mi gente las tiene igual. “Poneos guantes”, no podemos, las labores con las plantas de tomate difícilmente admiten ninguna protección en las manos: “gato con guantes no caza ratones”.

Ahora siempre recuerdo las palabras de José Luis de Casa Mora cuando le planteé la posibilidad de montar los invernaderos en sus tierras: “sin problema, pero que sean grandes, que pueda entrar con el tractor. Si es así te ayudaré, si hay que hacerlo a mano no me verás el pelo”.

Y cumplió su palabra, no le hemos vuelto a ver el pelo.

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Le miro, veos sus manos, pequeñas, blancas, inocentes. Las pongo junto a las mías y él no entiende. Pero no importa, ya lo entenderá.

Entenderá que casi todas las cosas importantes de la vida dejan señales en las manos.

Cuando vuelvo de mis escalas en granito con las yemas abiertas.

Cuando he tenido principios de congelación en las expediciones.

Cuando me bajaba de la moto, que ya no tengo, en invierno.

Cuando siento su piel en mis dedos.

Cuando cultivamos algo con el corazón….

Ya hace mucho frío, pero nuestros tomates, como nosotros mismos, son de alta montaña y resisten por ahora.

 

Si queréis tenerlos en vuestra mesa ahora que ya sabéis como son las manos que los cultivan, podéis hacerlo en pedido online

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