el horror, el horror…

el horror, el horror…

En el Corazón de las Tinieblas, Joseph Conrad describe la alucinante y brutal remontada del río Congo a finales del siglo XIX.

Yo lo leí relativamente mayor (gracias Sandra por tantas cosas que me distes y también por este libro), y fue entonces cuando Apocalipsis Now, la película, tuvo para mí sentido.

Desde entonces cada vez que me enfrento con situaciones límite y surrealistas, con la naturaleza, con lo humano, con el destino, recuerdo lo que el protagonista, el capitán Kurtz, decía de manera lisérgica y ya eterna:

– “el horror, el horror…”

Desde la reclusión en las pequeñas tiendas de campaña en Alaska en las expediciones durante muchos días (igual demasiados) sin ningún tipo de aseo, donde en una adaptación libre se transformó en: “el hedor, el hedor…”, hasta el horror nocturno, sincero y epidérmico de las avalanchas del Himalaya sepultando tus propias huellas recientes en la nieve mientras desde un saco de dormir en lo último que piensas es en conciliar el sueño.

Y a fuerza de pasar tiempo en las naturalezas salvajes, la física y la humana, uno empieza a entablar un diálogo con lo hiperbólico. Uno acaba siendo un poco como el capitán Kurtz, pero en este caso no el del libro de Conrad si no como el de la película de Ford Coppola. Siempre rodeado de excesos, de naturaleza desbordada, de riesgos.

Y uno se vuelve paisaje. Excesivo, fuera de medida, cerca del límite. Y como Marlon Brando, como Kurtz, solo una parte más del exceso.

Exactamente así me sentía el otro día cuando toneladas, y muchas, de agua y granizo descargaron sobre nuestros invernaderos con su frágil techo de plástico.

Y viendo cómo, de nuevo, arrasaban 1.500 plantas de tomates y pimientos que en un ataque de optimismo habíamos plantado a cielo abierto. Y cómo desgarraban el plástico de uno de los invernaderos. Y después cómo todo lo que nos rodeaba era líquido.

También a ti Tomás, gracias por ese regalo en forma de todoterreno que tantas veces nos ayuda, pero ésta nos salvó la vida.

Y ya en el Molino, en ese Molino que algún genio supo construir a prueba de todo para que fuera refugio, y no solo físico, mirando por la ventana vuelvo a susurrar:” el horror, el horror…”

Y todo mientras las goteras, del techo, de las paredes, del propio suelo, me rodean.

Y bien podría ser yo el mismísimo Kurtz (decir que sería Brando me parece demasiado), medio loco, salvaje, y ya, por fin, mimetizado con el paisaje, líquido y boreal.

Pesco, al vuelo, una de esas frases de mi pueblo, de Albacete, que tantas veces escuché a mi Madre sin saber muy bien la hondura de conocimiento que contenía: “le temo más que a un nublao” 

Y sí Madre, hacías bien en temer a los nublaos, porque dan mucho miedo. Pero sabes lo que te digo Madre, y también a ti Padre, que lo hicisteis bien. Que me hicisteis duro, de pueblo, a prueba de nublaos.

Al día siguiente, recorriendo las tomateras de los invernaderos que habían aguantado el diluvio, descubrí los primeros tomates de este año…

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