Muchos de vosotros os habréis preguntado que significa eso de «tomate de montaña». Pues lo podéis ver en las fotos adjuntas.
Significa, por ejemplo, que en junio puede caer una nevada que trasforma las cimas cercanas, el Turbón o el Cotiella, en montañas casi invernales.
Significa que para evitar que todo nuestro empeño fracase, tenemos que poner mallas de protección por si una granizada traicionera aparece detrás de alguna nube de esas que parecen inofensivas.
Pero también significa lo contrario.
Que cuando el sol luce en todo su esplendor puede ser demasiado fuerte y quemar las plantas de tomate.
Por eso las mallas que colocamos con tanto trabajo tienen que ser además de sombreo, para que nuestros tomates, como nosotros cuando usamos gorro de protección en la montaña, no se abrasen por el sol.
Incluso dentro de los invernaderos.
Ya os digo, como nosotros mismos, son tomates de montaña, tomates montaraces.
Pero ellos, que también tienen su corazoncito, están encantados de este paisaje, de este aire limpio y puro, de esta naturaleza agreste y escarpada, y poco a poco van creciendo y dándonos satisfacciones.
Y como, según Unamuno, no hay paisaje sin paisanaje, nuestro huerto se va llenando de gente de altura, como esta tierra, que va dejando su huella y su esfuerzo en que esto se parezca, por fin, a un huerto de tomates. Es gente de la zona que, como los tomates, se encuentra a gusto entre nevadas e insolaciones, en la montaña. Y creo que es justo por eso por lo que tienen este apego por la tierra, por el paisaje. Y me gusta especialmente que sean de estos micropueblos, de Centenera, de la Puebla de Fantova.
Gracias a Katia y sobre todo a Bea que es la responsable de que todos los días nuestros tomates de montaña tengan los cuidados que merecen y que además lo tiñe todo con su toque de artista.
Va por vosotras.