sin miedo

sin miedo

Ya tenemos tomate, por fin está madurando poco a poco. Y también piparras (guindillas) por primera vez desde que comenzamos con nuestro proyecto de cultivo ecológico.

Este año no se nos va a olvidar fácilmente. El año del Covid, el año del miedo.

Pensé que ya había visto todo sobre el miedo. Y no solo por haberlo pasado yo, que también, sino porque veo a mi alrededor, desde hace muchos años, cobardías y claudicaciones que nada bueno pueden augurar.

Pero esta última vuelta de tuerca ha sido de las mejores.

Ya habíamos visto las guerras, las religiones, las crisis económicas, el sida, el colesterol, hacienda, la barriga cervecera… para tener acojonado al personal y visitando todo el día al médico, al confesor o al psicoanalista, pero esto de la pandemia ha sido de matrícula de honor.

A ver quién es el guapo que se enfrenta sin temblar a una peli de ciencia ficción cuando es él el protagonista.

Ya sé, ya sé: “desde el campo todo se ve diferente”, “sois unos privilegiados”, “quién pudiera estar ahí”.

Pues es verdad, todo se ve diferente, hemos sido unos privilegiados en esta época de confinamiento. Pero lo último, lo de estar aquí, en las montañas o en cualquier otro lugar donde te sientas libre solo es cuestión de una cosa: no tener miedo.

Hace mucho tiempo, una tarde mortecina del verano manchego, estaba viendo la tele junto a mi madre que se dedicó en los últimos años de su vida a clavarse delante de todos los programas de telebasura que fuese menester hasta la hora de dormir. Claro que la pobre mujer ni sospecharía a las cotas que años después ha llegado ese disparatado género.

El caso es que en el programa de turno estaban entrevistando a Karlos Arguiñano. La pobre entrevistadora, creo yo que, por falta de tablas en la profesión, no hacía nada más que intentar poner en aprietos al cocinero con preguntas claramente tendenciosas, pobrecita, ¡qué ingenua! Según iba aumentando el nivel de la entrevista yo opté por abandonar el sopor vespertino porque estaba claro que algo iba a suceder. Y en efecto sucedió.

Escuché la más grande definición sobre la educación infantil que pueda imaginarse.

A la pregunta que le formuló la lerda de la entrevistadora sobre cómo podía educar, con la ajetreada vida que llevaba el cocinero, a su numerosa prole, él respondió:

– sencillo, yo a todos mis hijos les digo solo dos cosas: una, no seas ladrón; y dos, hijo mío, no seas tonto.

Y a correr.

Yo simplemente no me lo podía creer. Había sido capaz de resumir en dos palabras, pero sobre todo en la última, toda la sabiduría del conocimiento humano cuando se lo entregas a un hijo: «hijo mío no seas tonto».

Claro que para entenderlo en profundidad hay que escuchar la forma de pronunciar la palabra tonto que usó Arguiñano. Genial. Ni qué decir tiene que desde entonces es mi héroe.

Y como con el tiempo uno se acaba pareciendo un poco a la gente que admira, yo también le digo a mi hijo eso de que en la vida se puede ser de todo menos tonto.

Pero yo añado algo de mi propia cosecha. Le digo: no tengas miedo, no se puede vivir con miedo.

Para cuatro días que estamos aquí, cómete la vida, como los tomates, a bocaos. Sin miedo y con una sonrisa.

Feliz campaña 2020

 

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