«la lluvia amarilla»

«la lluvia amarilla»

El otoño ya esta aquí y con él la naturaleza recupera lo que es suyo.
Hay un momento, durante el verano, que parece que somos nosotros los que manejamos el entorno.
Con mucho trabajo, método e ilusión vamos construyendo un espacio conquistado metro a metro a una naturaleza adormecida por el calor y un sopor que solo invita a la quietud.
Los pequeños arroyos se secan y la falta de lluvias, ya crónica, hace que todo se paralice. Esta debilidad de la tierra nos permite adueñarnos, temporalmente, de lo que es suyo.

Nuestro huerto se llena de los colores de los tomates, de gente que nos visita, de risas, de trabajo solidario.
Y es en ese momento cuando se produce el espejismo del control. Cuando todo funciona y el campo es dócil y suave. Cálido.
Pero eso dura lo que dura.

Estamos en la Montaña, somos montañeros y nuestros cultivos también.
Y eso significa sobre todo una cosa: rudeza. Somos Montaraces.

Ahora el día se acorta y la oscuridad comienza a adueñarse de todo.
La “lluvia amarilla” llena de hojas los caminos que van a nuestro huerto y el agua, ya permanente, aunque sea en forma de rocío, hace que la naturaleza salvaje que nos rodea salga del letargo estival.
Y otra vez, como cada año, todo nos dice que un ciclo se cierra y que, de alguna manera, estamos de sobra aquí.
Nuestra plantación de tomate no esta pegada al pueblo, no tiene accesos asfaltados, no dispone de red eléctrica. Está en mitad de la montaña, es Montaña ella misma.
Y cuando llegan estas fechas siempre recuerdo al maestro Machado:

Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.

Y sé seguro que es hora de devolver lo que, solo de manera temporal, nos ha prestado la naturaleza.
Miro con atención los surcos de nuestra plantación exterior y confirmo lo que ya me parecía en la distancia.
El jabalí nos ha destrozado casi todo: el riego, los plásticos de protección, las raíces de las tomateras…

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Es solo un primer aviso. Luego vendrán las heladas, las lluvias torrenciales, las pocas horas de sol.
Es hora de marcharnos hasta el año que viene.

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